martes, 28 de abril de 2009

Generación del 80

Generación del 80: un proyecto cultural de alcance nacional

Hombres de espíritu renovador, modificaron las viejas estructuras e impulsaron su acomodamiento a programas culturales y técnicos modernos. A través de las letras, despertaron los espíritus dormidos a la cultura europea y dieron brillo cosmopolita a la gran urbe porteña.

Toda transformación social viene siempre precedida de un gran cambio en las opiniones y en los modos de pensar. Para los miembros de la generación del 80, lograr este cambio no fue tarea fácil. Por el contrario, además de luchar contra una tradición y mentalidad colonial excesivamente conservadora, tuvo que lidiar con un sinnúmero de obstáculos: un país desorganizado, despoblado, con altos índices de analfabetismo (77,9% de la población) que se desangraba entre las disputas de caudillos y gobernadores del interior. De ahí que el afán prioritario para esta generación fuese pacificar definitivamente al país para lanzarlo a la conquista del progreso.

Los integrantes de la generación del 80 rechazaron toda filosofía o literatura que no fuese portadora de un propósito progresista. La literatura, en tal sentido, debía ser un modo de expresión que priorizara las ideas y los intereses sociales por encima de cualquier contenido estrictamente artístico.

Partidarios de una moral basada en la libertad, la razón y el progreso, esta generación, consideraba que la democracia liberal era la fuerza política capaz de desterrar los viejos resabios coloniales: la dictadura, la demagogia y el caudillismo. A favor de las ideas liberales en materia política y del laicismo en la educación, los intelectuales del 80 tenían una concepción bastante particular de la democracia. Para ellos, sólo una larga herencia de educación daba derecho a manejar la cosa pública. De ahí que la vigencia de una verdadera democracia a través del sufragio universal no estuviese en el ánimo de ninguno de estos hombres de credo liberal, dado que gran parte de la población era inculta e iletrada.

Pero, por sobre cualquier otro rasgo distintivo, la generación del 80 fundó un positivismo con características propias que dieron lugar a un nuevo humanismo, capaz de superar las diferencias biológicas y sociales mediante el desarrollo de las artes, la educación y las ciencias positivas.

IDEAS NUEVAS PARA UN PAÍS EN VIAS DE ORGANIZACIÓN

Para que el pensamiento positivista pudiera tener vigencia dentro del territorio nacional, sólo existía un camino a seguir: lanzar al país como una nación soberana, jurídicamente constituida, capaz de competir en los mercados mundiales. Julio A. Roca fue el encargado de cumplir esta misión.

A través de la consigna “Paz y Administración”, y de un liberalismo conservador, Roca pudo conseguir durante su gobierno la integración nacional, el crecimiento económico, el laicismo de las instituciones, el predominio de la autoridad civil sobre la militar y el fomento de la inmigración. Aunque en este último caso, no arribasen los franceses y sajones esperados por Sarmiento y Alberdi sino italianos y españoles, en su mayoría iletrados.

Párrafo aparte merece la ofensiva emprendida contra el indio, a quien se acusaba de robos y saqueos a la propiedad rural. El ataque encontró también como excusa el fuerte gasto en milicias que el país debía afrontar para mantener las fronteras. Sin embargo, estas grandes extensiones de tierra ganadas a los indios, quedaron en manos de unas pocas familias adineradas como los Anchorena, los Álzaga y los Lastra. Surge, entonces, una duda más que inquietante. A través de esa anhelada paz, ¿se buscaba lograr estabilidad y orden para insertar al país en el contexto mundial? ¿o la paz fue tan sólo una excusa para eliminar a todo aquel obstáculo que se interpusiese a los intereses pecuniarios de las clases dominantes?

Si bien la Campaña del Desierto y la matanza del indio son dos de los puntos más cuestionables en la obra de gobierno de Roca, no ocurre lo mismo en el ámbito de la cultura. De hecho, la extensión de la educación y la lucha contra el analfabetismo fueron el logro más importante de los años 80. Por intermedio de la ley 1420, sancionada en 1884, la educación primaria pasó a ser obligatoria, gratuita y laica para todos los habitantes de la nación. Dicha ley fue el puntapié inicial para otros cambios profundos. De esta manera, la libertad de enseñanza se extendió a otras libertades: de culto, pensamiento y expresión.

Asimismo, las escuelas de Buenos Aires, que hasta 1884 dependían de la Jefatura de Policía, pasaron a manos del estado y se reincorporó nuevamente el presupuesto de enseñanza –suprimido desde 1838- a los gastos nacionales. Los índices de analfabetismo para 1895 bajaron casi 30 puntos y se crearon 236 nuevas escuelas públicas. Estaba más que claro: el mejor y más eficaz medio de fomentar la riqueza de una nación consistía en incrementar el poder intelectual y moral de sus habitantes a través de la educación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario