martes, 28 de abril de 2009

Crítica de cine: "Little Miss Sunshine"



Lo esencial es invisible a los ojos…. ¿no?


“Joven, dinámico, proactivo, de buena presencia”. Lo que acaba de leer puede parecerle un aviso clasificado; pero no. En realidad, de esta frase se desglosan algunos valores en los que se sustenta la idea de éxito en los tiempos que corren: juventud, belleza, seguridad en uno mismo… y faltaría agregarle el último celular de moda con el ringtone más estruendoso y molesto para no pasar desapercibido. En este cuadro de situación, en donde algunos eligen no comer para llegar “bien” al verano, mientras hay quienes no llegan al verano porque no pueden comer, no resultaría alocado pensar que la vida puede parecer un concurso de belleza. Y en alguna medida, esta analogía la retoma “Pequeña Miss Sunshine”, película independiente de EEUU que en 2006 estuvo nominada al Oscar como mejor filme y ganó uno por mejor actor de reparto.

En esta “road movie” (se llama así a las películas que transcurren a lo largo de un viaje), Olive, una simpática niña de 7 años es seleccionada para participar en un concurso de belleza infantil en California y su familia –los Hoover- decide acompañarla, emprendiendo la travesía en una vieja furgoneta.

Pero los Hoover lejos están de cumplir con el ideal de familia estadounidense tradicional: un padre que fracasa en cada nuevo negocio que emprende, un hermano que guarda un hermético voto de silencio hasta convertirse en piloto de avión, un abuelo que fue expulsado del geriátrico por consumir heroína y que además es un ávido lector de revistas pornos y un tío gay suicida, experto en Proust que es abandonado por su pareja y despedido de su trabajo. Sólo la madre parece sostener y contener tanto desequilibrio emocional.

Y si bien disculparse todo el tiempo es un síntoma de debilidad para papá Richard, quien es capaz de prohibirle a su hija comer un helado porque engorda, “Pequeña Miss Sunshine” brinda por momentos una esperanzadora frescura en los diálogos de tíos y sobrinos y en pequeños gestos de solidaridad familiar que buscan socavar prejuicios y lugares comunes. Sin embargo, no se puede pasar por alto cierta perturbadora reiteración de los directores en su afán por poner de manifiesto esta idea de llevar las de perder en una cultura obsesionada por el éxito.

Pero así como el viaje supone una bisagra en la vida de los Hoover, también implica una transformación, no ya de patitos feos en cisnes o de populares en divinas. Al final del camino, la propia aceptación ya no descansa en la mirada de los demás. No es resignación, tampoco conformismo con lo que tocó en suerte. Es ni más ni menos que autoafirmación.

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