EL AURA
Cuentan los médicos que antes de un ataque de epilepsia, hay un momento, un cambio donde el mundo se detiene. Es como si de pronto se abriese una puerta en la cabeza que deja pasar ruidos, música, voces, imágenes, olores…Eso es “El Aura”, título del último film de Fabián Bielinsky.
La historia gira en torno a Esteban Espinosa, interpretado por Ricardo Darín, un reservado embalsamador epiléptico que ostenta la llamativa cualidad de recordarlo todo: desde los números de serie de las bolsas del banco hasta el dato más minucioso de los escritos de un extraño. Una suerte de fusión entre el Funes memorioso de “Ficciones” y los saberes del baqueano del “Facundo”. Darín, el actor quizás más representativo del cine nacional en la actualidad, aparece no sólo como el “solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo e intolerablemente preciso” del cuento de Borges sino que también se presenta como el más modesto y reservado baqueano que anuncia la proximidad del enemigo, como el más completo guía que calcula y orienta la campaña.
Luego de ser abandonado por su esposa, Espinosa decide aceptar la invitación de un amigo –encarnado por Alejandro Awada- para ir a cazar a los bosques del sur argentino. La amistad entre estos dos hombres es como diría el tango “dialéctica pura” y se sostiene en los puntos débiles del otro. Quizás porque las debilidades ajenas a veces operan como catalizadores de las vulnerabilidades propias. Después de una discusión, Espinosa es abandonado por su amigo en medio del bosque. Allí aparece el aura: ese estado de parálisis, donde el tiempo y el espacio se detienen, donde todo parece inmutable. El personaje de Darín cae al piso desmayado. Cuando despierta, casi impulsivamente intenta ir contra sus propios miedos, toma un rifle y dispara. Sin embargo, el objetivo alcanzado no es un siervo, sino Dietrich, el dueño de la cabaña donde se hospeda. Espinosa se apoderará del celular del muerto y comenzará a desentrañar los pormenores de un plan que tiene por finalidad el robo de un camión de seguridad que traslada la recaudación del casino del pueblo, en complicidad con un “empleado” de la casa de juegos, encarnado por Jorge D´elía, dos mafiosos de la zona y el cuñado de Dietrich.
La muerte de Dietrich hace las veces de visagra en el film: abre puertas, pero también las cierra. Le permite a Diana –encarnada por Dolores Fonzi- escapar de su marido (el propio Dietrich) y a Espinosa concretar su robo soñado, pero al mismo tiempo lo obliga, lo sentencia a hacerlo. Lo atrapa, lo condena. No hay vuelta atrás. No hay lugar para el arrepentimiento. O en todo caso, arrepentirse puede acarrear peores consecuencias.
Espinosa planifica, calcula, piensa, imagina…Pero nunca se anima a ejecutar sus ideas, a dar el gran golpe. Y allí se puede encontrar algún indicio autobiográfico del director de la película: por casi 20 años Bielinsky trabajó como asistente de dirección de filmes como “Sotto Voce”, “No te mueras sin decirme adónde vas”, “Cohen vs Rossi”, además de colaborar en el guión de “La sonámbula”. Pero siempre se trataba de trabajos de otros realizadores. El “ruso” sólo obedecía. Hasta que un día, allá por el 99, pateó el tablero y sacó de la galera un éxito de crítica y taquilla como “Nueve reinas”.
Mal que le pese a cualquier director, las comparaciones son tan inevitables como tediosas. Y los filmes de Bielinky no son la excepción. La idea de atención, de mirar bien, de no confiar en nada ni nadie parece estar presente tanto en “Nueve reinas” como en “El aura”. No obstante, la dinámica de ambas películas es diferente: los silencios, la lentitud, la calma del bosque y la seriedad de los personajes de “El aura” contrastan con el dinamismo, el trajín urbano, el humor cómplice y los guiños con el espectador de “Nueve reinas”. Si bien en ambas obras está presente la idea del robo, la representación es diferente: no es lo mismo el carterismo o el ratero ingenioso del primer filme de Bielinsky que el asalto tipo comando y la violencia mafiosa de su segunda realización.
Sobresale la actuación de Darín. Con más de 25 películas en su haber y cada vez más alejado de la vieja fama de galancito que se le atribuía en sus comienzos, Darín consolida en “El aura” su imagen de gran actor. La parquedad, oscuridad y la parcimonia de su personaje van de la mano con el ritmo de la película. Ensombrece su performance una desabrida Dolores Fonzi cuya expresión de seriedad y desconfianza no parece irse nunca: es la misma cuando da algún signo de amabilidad como cuando es víctima de los golpes de su hermano. La banda sonora es otro punto flojo en la película: monótona y por momentos irritable, sobre todo en los tramos de extrema tensión. Las locaciones elegidas han sido un acierto para con el espíritu del filme. El bosque y la altura de los cipreses conjugan incertidumbre y silencio, encierran soledad, transmiten hostilidad e imprevisión. Es un ambiente adverso, un elemento más con el que el protagonista tiene que lidiar.
Resulta más que difícil clasificar a esta obra en un género preciso: hay suspenso, por momentos acción y un límite difuso entre la fantasía y la realidad: entre el deseo del protagonista y su materialización. Entre lo que quiere y no se anima a hacer. También se puede establecer alguna conexión con el film noir. Si bien es cierto que éste es un género temporal que se circunscribe al Hollywood de los años 40, “El aura” tiene algunos puntos en común con las películas de aquella época: es una historia basada en la falta de confianza, donde el enemigo puede ser cualquier personaje y hace referencia a una cultura del zafar, del “sálvese quien pueda” tan propia del ser nacional argentino –también presentes en otras películas argentinas como “La tregua” o “El desvío”-, aunque no tan explotada como lo fue en ”Nueve reinas”. “El aura” parece ser más representativa de un género de personas que de historias. Interesa más quién es el protagonista, cuáles son sus habilidades, inseguridades, sus miedos, sus puntos débiles y cómo los sobrelleva que la historia en sí misma. Además se juega mucho con las sombras y la oscuridad del bosque y con la representación del bien y del mal: por un lado está Espinosa, un hombre solo, abandonado por su mujer, víctima de una enfermedad, inteligente pero cobarde, un loser al que todo le sale mal que tiene que enfrentarse no sólo con amigos que lo critican con comentarios irónicos y malintencionados sino que también contra los más despiadados, inescrupulosos y crueles villanos.
Con “El aura”, Bielinsky confirma un estilo que comenzó a gestar con “Nueve reinas”. Un estilo de historias que retoma esta idea del héroe errante, del debilucho que tiene un as en la manga que utiliza cuando nadie lo espera. Un antihéroe con más errores que aciertos, con más inseguridades que certezas, víctima de un estado previo a la epilepsia que ataca de manera inminente, sin dar lugar a nada, pero que por unos segundos libera, abstrae al personaje de una realidad de la que quiere huir pero no puede. Eso es el aura. Un punto de escape, un puente de conexión con otro mundo, con otra temporalidad, una manera de resistir una realidad agobiante y adversa.
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