EL RASTRILLO RECORDS
MADE IN BURZACO
Frente a la “gran picadora” que suponen las radios, las emisoras televisivas, los sitios de internet y los medios gráficos que pertenecen a los grandes multimedios, encargados de bombardear pupilas y tímpanos de distintos públicos, lo micro, lo minúsculo, lo pequeño adquiere otra dimensión. El Rastrillo Records forma parte de esa pequeñez que engrandece a partir de una propuesta diferente que implora: “no más de lo mismo”. Creado espontáneamente, con ideas y aportes de amigos, el sello, impulsado por Pol Morrone, nació hace poco más de tres años en Brasil y lleva nueve discos editados. El nombre del emprendimiento obedece al lugar en donde surgió. Pol había acompañado y convivido en tierra carioca con una banda uruguaya llamada Motosierra y ahí mismo se gestó la idea de la discográfica propia. “Rastrillo es el lunfardo que en Brasil se usa para referirse a aquel que te manguea un faso, una birra o que se queda de garrón a dormir en tu casa. En definitiva, el flaco que rastrilla”, afirma Morrone.
El sello trabaja con géneros poco comunes como el punk rock, el garage, el surf o el hardcore mezclado con rock and roll y las bandas que promueve no son tan conocidas; tienen un estilo más under. En alguna medida, “El rastrillo” rema contra la corriente. Para Pol “si investigás, si escuchás otras cosas, te vas a encontrar con todo un panorama que en el caso de la música es tan amplio y tan rico que vas a dejar de consumir lo que te vende la radio y la tv”.
Privilegiando el arte, el particular diseño y estética de las cajas de los compactos, promocionando shows, festivales y revistas, la discográfica instalada en Burzaco no conoce de límites geográficos a la hora de difundir a sus músicos, entre los que se destacan los uruguayos de “Culpables”. A través del mail o del correo postal se mantiene en contacto con bandas de todo el país y el mundo.
Sin registro de conducir y sin interés genuino por aprender a hacerlo, Pol Morrone a los 35 años parece haber aprendido a manejar por otros carriles, por otros andariveles con una única convicción: no querer formar parte de esa “gran picadora” que estupidiza, homogeneiza gustos y banaliza contenidos.
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