Crítica de cine
Enemigos íntimos
Año 78. La música disco hace estragos gracias a “Fiebre de sábado por la noche”. En julio nace el primer bebé de probeta. El Vaticano se estremece ante la muerte de Pablo VI y de su sucesor, Pablo I, hasta que un nuevo Papa, oriundo de Polonia, se transforma en el primer pontífice no italiano en 465 años. La selección argentina de fútbol gana su primer título mundial frente a Holanda y la dictadura militar trata de sacar provecho de este logro. Pero 1978 también será recordado por ser el año en que Argentina y Chile estuvieron a punto de ir a la guerra por un conflicto limítrofe. Este es precisamente el eje en torno al cual gira la coproducción argentino-chilena “Mi mejor enemigo”.
Dirigida por el chileno Alex Bowen y producida por Pablo Trapero (“Mundo grúa”, “El Bonaerense”, “Familia rodante”), la película, que se rodó en Punta Arenas, narra las peripecias de una patrulla de soldados chilenos que es enviada a la frontera con Argentina ante el inminente enfrentamiento, con una misión: cada militar debe matar cinco argentinos con veinte balas. En el transcurso de su recorrido, rompen accidentalmente la brújula y se pierden. No les queda otra alternativa que atrincherarse y esperar un rescate que parece, nunca va a llegar. Sin embargo, la sorpresa será aún mayor cuando se den cuenta que en la inmensidad de la Patagonia, se encuentran a metros de una trinchera argentina.
Varias cosas se le pueden objetar a esta segunda producción de Bowen, que se estrenó en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires el año pasado: que no habla de los aspectos macro del conflicto sino que lo trabaja desde una pequeña historia, pasando por alto detalles más que trascendentes como la fallida reunión en Puerto Montt entre Videla y Pinochet o la llegada del cardenal Samoré, delegado personal de Juan Pablo II para mediar en el conflicto. La historia se reduce a una serie de hechos anecdóticos, superfluos que corren el riesgo de reducir el enfrentamiento a una simple rivalidad futbolística, a una absurda discusión sobre cual es el mejor baile nacional, a comparar infantilmente la cueca con el tango, a disputarse una oveja y a terminar compartiendo desde ampollas de penicilina hasta un improvisado asado. A lo largo de todo el filme hay muestras de una solidaridad desmedida, que ronda lo inverosímil, difícil de creer entre soldados que están a punto de enfrentarse en una guerra. Esta excesiva solidaridad resulta más que contradictoria teniendo en cuenta el desprecio por la vida y el terrorismo de Estado implementado por ambos gobiernos de facto. Tampoco se hace referencia a los procesos dictatoriales que tuvieron lugar en los dos países. Y probablemente, en esto mucho habrá tenido que ver cierto condicionamiento del ejército chileno, que permitió el uso de sus tanques y fusiles durante el rodaje.
Sin embargo, el gran dilema entre el deber y el querer que va construyendo Bowen, es una de las aristas más destacables de su obra. ¿Se debe ayudar a alguien que todavía no ha sido declarado oficialmente enemigo en una situación en donde el dolor se hace carne y la vida de un ser humano está en peligro? ¿Es traición a la patria compartir un asado con un potencial adversario aún cuando el hambre se intensifica hasta lo insoportable?
Pero sin dudas la contribución a la memoria colectiva de los pueblos chileno y argentino es el aporte más enriquecedor de la película. Saber que hubo un tiempo en donde casi se va a las armas con un país vecino a partir de intereses creados por genocidas que ocupaban el poder, y que decidían el destino millones de seres humanos no es un dato menor. Y si bien Bowen considera que no era su objetivo en la película tratar directamente el tema de la dictadura, su intención es más que subrayable: hablarle a una generación a la que se le dijo que había que matar para defender a la patria.
Alguna vez, alguien dijo que el cine es una especie de espejo en el que una sociedad se autorreconoce y construye su identidad, documentando y sistematizando los procesos históricos, permitiendo el ordenamiento de la memoria, o por lo menos, tratando de esclarecerla. “Mi mejor enemigo” transita por ese camino.
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